Luna de lobos
- El lobo ya está en Peña Negra. Se pasó la noche entera aullando.
Ramiro ha traído una botella de aguardiente y los dos nos sentamos a la entrada de la cueva para ver, un día más, como anochece.
-No tardará en nevar.
Bebo un trago de la botella. El aguardiente tiene un sabor violento, a acero. Como el silbido del cepo o el horizonte de lobos sin luna que anuncia que anuncia ya la llegada del invierno.
- ¿Sabes? -Ramiro ha encendido un cigarro y se recuesta contra la arista fría de la peña-. Siendo yo un chaval, antes de entrar a la mina, estuve un par de meses con Ovidio, el de la sierra, cortando madera en el valle de Valdeón, allá –y señala en la distancia con la mano-, para la parte de Riaño. Allí cazaban los lobos todavía como los hombres primitivos; acorralándoles. Tocan un cuerno cuando le ven y todos, hombres, mujeres y niños, acuden a participar en la batida. Yo lo vi una vez. Nadie puede llevar armas, solo palos y latas. La estrategia consiste en acechar al lobo y empujarle poco a poco hasta un barranco en cuyo extremo está lo que llaman el chorco: una fosa profunda y oculta con ramas. Cuando el lobo, al fin, ha entrado en el barranco, los hombres comienzan a correr detrás de él dando gritos y agitando los palos y las mujeres y los niños salen de detrás de los árboles, haciendo un gran estruendo con las latas. El lobo huye, asustado, hacia delante y cae en la trampa. Le cogen vivo y, durante varios días, le llevan por los pueblos para que la gente lo insulte y le escupa antes de matarle.
Julio Llamazares
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