EL ÚLTIMO LOBO
El último lobo que se ha visto por estas tierras lo mataron hace lo menos cincuenta años, que entonces era yo guarda de la Sociedad de Ganaderos de Santiago de la Espada, y fueron los de mi familia quienes lo mataron: primero lo hirió un consuegro mío que estaba de guarda en las sierras de Cazorla, ahí por Nava de Pablo, y ocurrió que este consuegro mío estaba puesto, al atardecer, acechando a los conejos en un vivar y se le presentó el lobo, y le tiró y lo hirió, pero no se quedó en el tiro, porque como lo que tenía era una escopeta de un solo cañón, de esas antiguas que se cargaban por la boca, no pudo segundarlo. Y el lobo vino a caer por Roble Hondo, allá por el nacimiento de aguas negras, y tomó un cinto adelante, que le dicen “El Cinto”, y fue a dar con nuestras cabras, que estaban allí encima de la Cueva del Torno, en unos poyos que hay allí, y estaba un cuñado mío con ellas.
Pues vino el lobo a las cabras; el animal tendría hambre y venía adolecido del tiro que le dio mi consuegro, y se topó con uno de nuestros perros, que era un mastinaco grande, y le dio una truca que lo dejó medio baldado; pero el lobo, a pesar de estar herido, se defendió y pudo escaparse del perro. Era un lobo macho, muy largo y alto. Y al soltarse del perro se volvió para atrás y vino a toparse con unos sagales que llevaban otro atajate de cabras y que tenían con ellos unos perrillos cazadorillos, de esos pequeños. Los muchachos salieron a un collado que le dicen La Cuesta del Muerto, cuando sintieron a los serruchos, ¡chau-chacu, chau-chau!, y los zagales sin poderse imaginar lo que era aquello, se arrimaron a donde estaban latiendo los perrillos, y entonces vieron al lobo, y el lobo los vio a ellos, y saltó de una bujea en la que se había metido y se tiró para abajo; ya el animal muy adolecido del y de la sangre y de la trilla que le dio el perro nuestro. Como ya no le quedaban fuerzas para gatear, se tiró por una garitilla a un poyato, pero luego se encontró como pillado en un cepo porque para arriba no podía salir, y se quedó allí empoyatado.
Los zagales a lo lejos vieron pasar a lo lejos al tío Victoriano, el abuelo de mi yerno Juan José, el marido de mi Lola, que estaba de guarda en “La Hortizuela” y llevaba el hombre su escopeta colgada al hombro.
¡Tío victoriano! ¡Tío Victoriano!
Y él, al oír a los muchachos llamarle, les preguntó:
¿Qué os pasa?
Y ellos gritaron:
Venga usted, que aquí hay un lobo muy grande en un poyato.
Entonces, el Tío Victoriano bajo del monte y se acercó adonde estaban los zagales, y subió por una garitilla que había por donde mismo había colado el lobo y vino a ponerse encima de él, y desde allí, a bocajarro, le dio un tiro y lo echó abajo.
Pues cogieron al lobo , y el Tío Victoriano se lo dio al padre de aquellos zagales para que lo desollaran y le llenaran la piel de paja, como era costumbre, y se fueran a pedir con el. Salieron a pedir con el lobo, y recogieron cuarenta reses. Todos los ganaderos les iban dando algo: el uno una borrega; el otro, una chota. Cada cual lo que tenía voluntad.
Y ese fue el último lobo que se conoció aquí. Después no se han visto más.
“Narraciones de caza mayor en Cazorla”
Juan Luis González Ripoll
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